martes, 26 de febrero de 2013

La sonrisa de Buda



Al mirarse en el espejo retrovisor del coche no reconoció ese rostro. Aunque ese personaje que lo escrutaba con aire compasivo le resultaba extrañamente familiar. Esa mirada profunda y amorosa lo sacaba poco a poco del amodorramiento. Esa sonrisa de Buda tenía un efecto tranquilizante. No terminaba aún de darse cuenta de quién lo miraba desde el espejo cuando otro rostro se fue dibujando en la superficie del cristal. Un anciano hermoso lo observaba aún con más amor. A través de los ojos del anciano se fue desplazando hacia un mundo bonito y acogedor. Percibió el aroma untuoso de un potaje de verduras mientras escuchaba el crepitar de la leña seca alimentando el fuego de una cocina antigua.

Al pie del artilugio, una anciana dulce como una tarta de chocolate lo acariciaba también con sus ojos luminosos y comprensivos, mientras revolvía el caldo con un cucharón. Un niño rubio, con zuecos de madera y una sonrisa esplendorosa irrumpió en el recinto, atraído por el intenso olor del potaje, y una vaca mugía en la distancia y un perro lobo movía su cola y jugueteaba con un puñado de moscas.

Conocía esa casa. Y a esa gente. Se dejó arrullar. Se dejó hipnotizar por la escena y a través de la ventana dimensional de la estancia fue ingresando poco a poco a una sala de neonatos de una maternidad. Un bebé hermosote atraía su atención moviendo sus piernitas y bracitos. Lo reconoció. Entonces la ternura lo inundó y las lágrimas bajaron suavemente por sus mejillas.

Sabedores de que el mensaje había llegado a su destinatario, los rostros del espejo se esfumaron. Miró con atención, por si volvían. Pero el espejo le devolvió la faciana de los últimos tiempos. Barba de varios días, ojos apagados e irritados, ojeras como zanjas, piel reseca, cabellos encanecidos prematuramente y ropa arrugada y desastrada. Era el rostro del sufrimiento, el rostro de un hombre atormentado.

Reconoció la cara con disgusto. En los últimos tiempos se miraba en el espejo pero no se veía. Una onda estremecedora le recorrió el cuerpo. Ese rostro delataba historias tristes y dolorosas. No era Narciso adorando su imagen en el espejo de agua. Era Dorian Gray, aterrado al contemplar su retrato.

Para huir de esa imagen fantasmagórica, intentó levantarse del asiento. El cinturón de seguridad se lo impedía. Soltó el broche y abrió la puerta del vehículo. El reloj marcaba las tres y treinta de la madrugada, hacía frío, la oscuridad era total. El silencio de la noche lo hizo sentirse profundamente solo, perdido en una carretera de montaña.

Una andanada de aire gélido le abofeteó el rostro dos veces. Un furioso viento del norte apartó de un manotazo un negro nubarrón y el hombre contempló esperanzado cómo la luna llena, redonda y clara, aparecía poderosa sobre las copas de los árboles.

-¡Hermana luna! -dijo en voz alta. Tuvo la certeza de que las fuerzas de la naturaleza lo ayudaban a reaccionar. Percibió un estimulante olor a pino. Inspiró profundamente y exhaló, dejando caer con fuerza los hombros y los brazos. Empezaba a tomar conciencia de su cuerpo cuando vio su coche empotrado contra la ladera de un monte de pinos.

Un balde de agua fría en forma de lluvia intensa lo obligó a meterse de nuevo en el coche. Comprobó que el vehículo arrancaba al tercer intento, puso la marcha atrás, volvió a la carretera y siguió su camino iluminado por la luna. No era bueno quedarse ahí, aconsejaba la lluvia.

Al llegar a su celda en el monasterio se dejó caer en la cama. Se embozó con las mantas y suspiró, exhausto. Estaba a salvo de los inquisidores y maledicentes y se dejaba arrullar, de nuevo, por el recuerdo brumoso de los amorosos rostros del espejo. Mientras los párpados bajaban como persianas, lo volvía a inundar la ternura y la sonrisa de Buda empezaba a dibujarse en sus labios...

(...Vuelve al camino ¿A quién le importa la hora que marca el reloj de la catedral de Santiago, o el de la Puerta del Sol, o el de la catedral de Caracas? Observa. Ingrid Bergman está a punto de llegar. Bebe un sorbo de vodka mientras escuchas los acordes de una canción antigua ¿Te das cuenta? Viene de muy lejos, de tu juventud...¡Tócala de nuevo, Sam! Mira cómo Kim Novak baila el twist ante un embobado Glen Ford y hechiza a James Stewart con esos ojos felinos y embrujados o hace que Kirk Douglas se muera por sus huesos...)

El anciano con la sonrisa de Buda, con la mirada compasiva y amorosa, hablaba dulcemente, mientras el hombre lo escrutaba y sentía que el aire extrañamente familiar se intensificaba por momentos. No había cuándo, y el dónde se acomodaba a los deseos del hombre. Ahora era en el Potala. Tyron Power escuchaba las sabias enseñanzas de un venerable maestro. Quería descubrirse a sí mismo viviendo en el filo de la navaja.

(...Actúa. Hablar del futuro sólo es útil si conduce irremediablemente a la acción. No maldigas más la oscuridad. Enciende una vela..)

Ahora en Los Alpes. Alida Valli reclutaba hombres de acción para subir la montaña trágica y descubrir la razón de ascender...ascendiendo. Ahora en Los Ángeles. El hijo de Aaron Eckhart le recrimina a su padre en estado de postración: “la cagaste, todos la cagamos alguna vez y seguimos adelante. Te lamentas de ti mismo para no enfrentarte a los hechos”.

El anciano se transfiguraba en todos los personajes y los lugares se sucedían uno tras otro. El hombre percibía con asombro, mientras sus ojos recuperaban el brillo de otros tiempos y la sonrisa de Buda se labraba más y más en sus labios.

(...Tenía miedo, tengo miedo. Me siento frágil y desamparado...)

Y en una noche sin luna, tiritando de frío en el desierto de Sonora, Don Juan, el indio yaqui, le explicaba al hombre que el miedo te impide avanzar si lo colocas delante de ti y te hace huir alocadamente si lo tienes detrás. Vencer el miedo y hacerlo tu aliado es el primer obstáculo a superar para obtener claridad. El miedo, una vez vencido, se convierte en un aliado, en un consejero fiel y confiable.

(Y cuál es tu mito, preguntaba ahora el viejo profesor en su torre de Bolingen...No me cuentes historias. Descubre los mitos que te han impulsado a lo largo de tu vida. Navega, bucea en el fondo. Conéctate con el núcleo sustancial de tu ser...Veas lo que veas, te guste o no, ese eres tú, con tus luces y tus sombras. Las historias sobran. Recuerda aquél sueño recurrente en el que caías al vacío lleno de angustia. Asócialo a tu mito...¿Por qué tu empeño en escalar montañas cada vez más altas?...¡Ah! Veo que asientes...Ya vas entendiendo).

Y la dulce voz de sor María se abría paso delicadamente, la piedras de Bolingen se disipaban en la escena y el viejo profesor se despedía amablemente. Era ahora la vigilia del viernes santo y el hombre escuchaba, arrobado, la privilegiada voz de la novicia mientras el dulzón olor del incienso se esparcía por la capilla e impregnaba de santidad el ambiente. Cuando el cura lo invitó a besar la cruz de Cristo, acudió presto...Había entendido el misterio, el profundo y antropológico significado del rito cristiano de abrazar la cruz... La sonrisa de Buda se labraba más y más en su rostro.

-Toc, toc...¿Estás despierto? - preguntaba la voz desde el otro lado de la puerta.

-Es hora de levantarse y volver al camino, querido amigo...El café de la mañana y toda una vida nos esperan.

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