lunes, 28 de enero de 2013

Memoria de la piedra


Recuerdo que siempre tomaba la piedra (¡perdón! canto rodado) entre mis manos y la acariciaba con la esperanza de obtener, después de frotarla cual lámpara de Aladino, la concreción de uno de esos deseos telúricos nacidos en las entrañas del ser. También recuerdo que, apenas un segundo después de concebir el deseo y acariciar la piedra, desechaba la acción por ilusoria y me abochornaba por creer en esas tonterías. Mas la piedra (el canto rodado) nunca me recriminó mis arrebatos de racionalidad extrema y pocas veces pensó en alejarse de aquél compañero (yo) tan descreído. Tuvieron que pasar muchos años para que aprendiera que un hombre de conocimiento debe ante todo creer.

Ahora pienso que ese canto rodado (¡por fin!) siempre me tuvo cariño o, por lo menos, alguna especial deferencia. La razón de este singular pensamiento trato de hallarla en el día de sol en que caminaba, confundido, por Playa de los Cocos, rodeado de surfistas y demás fauna, y de pronto la vi (o ella me vio a mi).

Su espalda lustrosa, pulida por muchos siglos de agua de mar y contacto abrasivo con la arena me recordó, irónicamente, a mi profesor de Ciencias de la Tierra, porque una sonrisa malévola, de niño que viola un precepto milenario, trajo a mis labios la palabra piedra. Enseguida me trasladé al a veces destestable salón de clase y escuché las iracundas palabras del viejo profesor Sívoli:

-¡Piedra no, coño! Se dice ROCA...R-O-C-A...ROOO...CAAAA...

La pequeña sonrisa casi se desató en una rotunda carcajada, pero las miradas acatarradas y las narices respingonas de mis vecinos de playa contuvieron mi arrebato iconoclasta. Después de todo ¿podrían saber ellos en qué consiste la sutil diferencia entre llamar piedra o roca a un canto rodado? También sentí la risa callada de la piedra y casi la escuché promulgar su negativa a ser llamada roca.

Fue por aquello días cuando empecé a notar que podía escuchar mensajes provenientes de eso que las gentes llaman cosas, de tal manera que no me extrañó en demasía aquél diálogo pedestre y pude saber, encantado, que ese pequeño objeto que ahora tenía entre mis manos era de rancia estirpe, tan viejo como Adán (y por lo visto, más afortunado) y que, en su deambular bohemio por todas las playas y todos los mares del mundo, era una especie de Harum-al-Raschid del reino mineral al cual le fascinaba vivir entre las piedras olvidadas por los manuales de mineralogía y recoger esas vivencias cotidianas, tan exquisitas en sus detalles y siempre más suntuosas que la majestuosidad artificiosa.

Recuerdo que era un pedrusco versado en poesía, eximio catador de vinos (su experta nariz había degustado el primer y rudimentario caldo producido por el hombre), filósofo de juicios certeros y profundidad sencilla, dueño de una presencia tan envolvente que comencé a pensar que yo había sido elegido por él, como Ulises por las sirenas de la costa, cuando caminaba, confundido, por Playa de los Cocos.

Esa primera tarde pasó embriagada de poesía y de bohemia pirotécnica, y aquél diminuto pedrusco que apenas ocupaba mi puño me aprisionó de tal forma que, al guardarlo en el bolsillo de pantalón para marcharnos, me sentí contenido más que continente, esclavo más que amo.

El pedrusco me atrapó y mi comportamiento con él fue un tanto egoísta. El sólo hecho de haberlo llevado a casa y privarlo de seguir conociendo gente y piedras fue, pensándolo a distancia, casi delictivo, un tanto criminal. Aunque es necesario decir que él se fue conmigo en calidad de huésped accidental, deseoso de un descanso momentáneo de una vida errante, sin dueño y sin destino, pero nada definitivo, nunca anquilosamiento sedentario entre almohadones.

También diré que no fue sólo posesividad de mi parte, pues él, contrario a su naturaleza de ave migratoria, se vio envuelto conmigo en un afecto inusitado y tal vez estos dos elementos, mi posesividad y su afecto, se conjugaron para que su estadía en mi casa se alargara más de lo debido. Así, él se convirtió en mi talismán y yo en su sombra y aunque no había razón evidente para separarnos, yo intuía que para él lo único permanente era el recuerdo y que, en modo alguno, debía convertirme en un carcelero de afectos.

Estas y otras reflexiones me impulsaron a tomar una decisión a la vez lamentable y saludable. La complicidad entre ambos era tal que me bastaba mirarlo descansando al lado de mi antigua máquina de escribir para saber que leía claramente mis pensamientos y -lo sé- me los agradecía.

Un día lo devolví al mar...

Hoy, al volver atrás la mirada y unir los puntos del sendero de mi vida, pienso en el pequeño pedrusco, maestro en el vivir en ese lugar mágico no contaminado por el tiempo: el afecto.

lunes, 21 de enero de 2013

El escritor


Después de leer muchos y voluminosos libros sin entender nada, un buen día decidí que tenía vocación de escritor. Comencé a ejercer mi nuevo y secreto vicio en la más estricta de las privacidades, deleitándome egoístamente con mi arte. Cuando salía a la calle y alternaba con el vulgo, un aire de superioridad me rodeaba, una superioridad misteriosa y callada...interesante. Mi comportamiento era extraño. Me aislaba de los grupos numerosos...Perdí algunos amigos (imbéciles que no sabían apreciar mi sensibilidad y mi talento)...¡Envidiosos, pues! Frecuentemente me retiraba a escribir versos en los excusados y en los bares. Fui tachado de extravagante y raro, se habló de clínicas psiquiátricas y terapias de grupo, pero ninguno de los improvisados doctores que me rodeaban llegó a sospechar que a esas alturas era ya un escritor consumado.

Yo me reía de todos ellos y seguía escribiendo mis versos, cuentos y novelas en secreto. Mi nueva vocación se había apoderado de mi. Escribía a todas horas encerrado en mi cuarto, a veces pasaba días enteros sin comer, y ninguno de los vulgares mortales que me rodeaban llegaba a atisbar siquiera mi gran secreto: ¡yo era un artista, sí, un gran artista!

Al cabo de cinco años de trabajar rodeado de misterio y sin contacto con nadie, sólo con las musas, había acumulado diez mil ochocientos cincuenta y tres relatos, cuatrocientos cincuenta mil poemas, veinte mil ensayos y cincuenta novelas de tres mil páginas cada una. Seguí a rajatabla el consejo de Rubén: cuando una musa te dé un hijo, queden las otras ocho encintas.

En mi cuarto ya no cabía una hoja más y tuve que dormir sobre los manuscritos de mi gran obra, haciendo algo de espacio para comer...Hablando de comer...¿a qué hora sirven el rancho en este manicomio de mierda?

martes, 15 de enero de 2013

1-. El rey de la creación


La locutora del informativo de TVE1 recitaba con entusiasmo el titular de la gran noticia del día: “Apresada peligrosa banda de banqueros internacionales en un paraíso fiscal del Caribe...Las pesquisas del detective privado Pere Marlone condujeron a la Interpol a la captura de los integrantes de la corporación mafiosa Los Financieros. La peligrosa y escurridiza banda está integrada por 50 banqueros, brokers, operadores cambiarios, promotores inmobiliarios, corredores de seguros y políticos. La banda operaba en 10 países de la OCDE y algunos de América Latina. Los Financieros son perseguidos por Interpol desde hace cuatro años y están acusados de estafar más de 500 mil millones de euros a clientes individuales, corporativos y al tesoro público de varios países...”

...Bzzzzzzzzzzzzzzzzbzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzbzzzzzzzzzzzzzzzzzzbzzzzzzzzzzzzzzzzzbbbbzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzbzzzzzzzzzzzzzzzzzbzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz....

¡Plaff! El manotazo contra la mejilla derecha me sacó del duermevela, pero el miserable insecto se elevó velozmente hasta el techo. El sueño de una noche de verano se había esfumado y lo que seguía allí no era el dinosaurio de Tito Monterroso, ni la rosa de Coleridge, sino la amenazante, diminuta y negra figura de un mosquito.

Me acaricié la mejilla con el dedo índice y percibí una roncha de dimensión respetable. Picaba y ardía. Lancé una mirada de odio al insecto que, a su vez, me escrutaba desde el techo. Durante largo rato estuvimos mirándonos sin pestañear. Por la dimensión de la roncha calculé que el bicho tenía que estar lleno de mi sangre, lo cual debía de hacerlo lento y pesado. Me propuse acabar con la alimaña. Sin perderlo de vista, estiré el brazo para tomar una toalla colgada sobre el espaldar de una silla cercana. Entorché la toalla y de un salto me lancé hacia arriba y solté un potente latigazo contra el techo.

Se escabulló. El color blanco de la habitación me permitió detectarlo sobre una pared lateral. Me recosté en la cama y analicé mi golpe. No, no estaba tan lento el bichejo. Observé que se desplazó más lejos de mi y se posó en la pared más extrema. Tomaba distancia. Volvió a subir al techo. De pronto, lo perdí...

Inspeccione las paredes blancas y desnudas y rastreé el techo. Por cierto, no sería mala idea arreglar esas grietas en la pintura que no había notado hasta ahora. La decoración minimalista no era tal, sino una despreocupación casi absoluta por lo accesorio ¿Dónde se escondió? ¿Se camufló?...¿Cómo? ¿Dónde?...Me puse en guardia mientras yacía...Me concentré en el oído. Me imaginé que mis orejas crecían hasta tener el tamaño de las de un elefante. Era todo oídos. Cerré los ojos. Mis orejas eran ahora como dos antenas parabólicas de esas que captan los sonidos del universo...Y apareció el zumbido. Venía de la derecha. Se acercaba. Tensé el brazo y así con firmeza la toalla entorchada. El insecto pasó rozando mi nariz a la velocidad del rayo. Apenas pude reaccionar. Volvió al techo...Percibí su sonrisa burlona y fachendosa.

Miré el reloj. Las siete y cuarto de la mañana, pasadas. Llevaba en el pulso con el mosquito desde que la claridad entró por la ventana. Encendí la radio en el canal clásico. Música apropiada para el desarrollo del psicodrama filosófico “Marlone contra el mosquito”...Tenía que acabar con ese insecto. Pensé en el general Sun Tzu y en el Arte de la Guerra: conoce a tu enemigo como a ti mismo. No te impacientes. La guerra es el arte del engaño...¡Ajá!

Visto desde la perspectiva del mosquito, yo era un inmenso ser puesto en este mundo por el Dios de los mosquitos para servirle de alimento a su especie. Según este encuadre, el mundo era de los mosquitos y como apetitoso bocado, poco me diferenciaba de una vaca, un caballo o cualquier otro mamífero de sangre caliente. Pero no. El Dios de los hombres, dicen los libros sagrados, creó el mundo para nosotros los humanos. Somos los reyes de la creación. Y este insignificante mosquito está predestinado a perecer. No hay espacio suficiente para los dos en esta habitación...O él o yo..No hay alternativa.

La reflexión antropocéntrica me llenó de vitalidad. Me erguí de un salto y la emprendí a toallazos contra el mosquito. Una y otra vez el insecto se escurría, desplegando maniobras aeronáuticas inverosímiles ¡Menuda performance! Luego de corretearlo unos minutos, volví a recostarme, jadeante. Ahí estaba. Me miraba desde el techo. Oía sus carcajadas. Me sentía ridículo, molesto e impotente...Yo, el Rey de la creación...”Si no conoces a tu enemigo ni te conoces a ti mismo, perderás una y mil batallas”, decía el general Sun Tzu. Y seguía: “no odies a tu enemigo, porque te ofuscarás”.

Obviamente estaba perdiendo los papeles...y la guerra. Decidí cambiar de estrategia. Me dirigí hacia la ducha. Dejé abierta la puerta de la habitacion y la del baño. Cerré el habitáculo de la ducha y abrí el grifo de agua caliente.

Sentí que estaba ahí mientras me enjabonaba. Abrí la portezuela de la ducha y asomé la cabeza. El vapor de agua se condensaba en el aire. Pensé en Hitchcock y en la famosa escena de la ducha. Me sentí observado. Como si el Gran Hermano de Orwell me estuviera escrutando desde su sala de control ¿Sería el mosquito un elemento más del guión para generar en mi algún tipo de respuesta como en el Show de Truman?

Mientras el agua disolvía el jabón de mi cuerpo pensaba en el tipo de sociedad que tendrían los mosquitos ¿Tendrían clases sociales? ¿O tal vez castas? ¿Tendrían políticos, sindicalistas? Este al que me enfrentaba...¿sería de casta guerrera o principesca, o sería un simple mosquito, un paria? No, no lo parecía. Además, sería una afrenta que un mosquito del montón me estuviera dando la guerra de esa manera. Me divirtió la idea de que me enfrentaba a un mosquito de la casta guerrera ¿Tendrían sus academias militares? ¿Tendrían los mosquitos ejército de tierra? ¿Reencarnar como mosquito es una evolución o un retroceso? ¿Será éste la reencarnación de un antiguo guerrero que paga un karma?

(Marlone, déjalo ya y lárgate..Deliras...)

No...no lo dejo. Una tensión en el abdomen me impulsó a seguir. Tengo edad suficiente para saber que esos apretones cósmicos deben ser seguidos sin vacilación. Por esos días había estado leyendo a Schopenhauer. Este filósofo señala que cuando uno llega a cierta edad y evoca su vida, ésta parece haber tenido un orden, un plan, como si la hubiera compuesto un novelista. Acontecimientos que en su momento parecían accidentales e irrelevantes, se manifiestan como factores cruciales de una trama elaborada.

¿Quién compone esa trama? Schopenhauer sugiere que, así como nuestros sueños incluyen un aspecto de nosotros mismos que nuestra conciencia desconoce, nuestra vida entera está compuesta por la voluntad que hay dentro de nosotros. Y así como personas a quienes conocimos por casualidad se convirtieron en agentes decisivos en la estructuración de nuestra vida, también nosotros hemos servido inadvertidamente como agentes, dando sentido a vidas ajenas. La totalidad de estos elementos se une en una gran sinfonía, y todo se estructura inconscientemente con todo lo demás. Es el grandioso sueño de un solo soñador, donde todos los personajes del sueño también sueñan...¿Qué significado tiene, entonces, la aparición de este mosquito?

(Marlone...¡por favor!...)

El apretón cósmico me empujó hacia el ordenador. Sabía que algo iba a pasar...Lo presentía. En la tradición indostánica de Los Vedas se puede leer que hay dos síntomas que revelan cuándo una persona se encuentra en el camino hacia la Iluminación. El primero es una despreocupación casi total por los problemas materiales. Las cosas pueden ir mal, pero ya no molestan. La paz es el estado común y corriente. El segundo síntoma consiste en la aparición recurrente de eventos sincronísticos. Las coincidencias con significado ocurren cada vez con más frecuencia. En esos casos me dejo llevar por el pensamiento intuitivo, por el lado activo del infinito.

El irremediable Google desplegó la primera página de millones de entradas para la palabra “mosquito”:

*Costa de los Mosquitos en Honduras y Nicaragua, sus habitantes se denominan miskitos...
-¡Mira tú!

*Hooke, el secretario de la Royal Society, ilustra por primera vez la larva del mosquito en su famosa obra Micrographia...
-¡Vale!

*Existen 3500 especies registradas.
-¡Vaya!

*Existen en todo el planeta.
-Pensaba que eran tropicales...

*Golfo de Los Mosquitos en Panamá...Caño Zancudo, Zancudal y El Mosquito, en Venezuela..

*Reino de Mosquitia, protectorado británico en Nicaragua (1830).
-Los británicos haciendo de las suyas...

*Todas las lenguas tienen un término para la palabra mosquito: bagg (ärabe), mogi (coreano), bung (chino), saaski (finlandés), yatuch (hebreo), knops (ruso), mbu (swahili), moustique (francés) moscerino (italiano)...

*Mosquito macho: los machos sorben néctar y jugos vegetales. Son chupadores, sin causar molestias a nadie.

*Mosquito hembra: sólo pican las hembras. Necesitan extraer la sangre para la maduración de los huevos. Precisan las proteínas de la sangre (hematófagos).

-¡Así que eres chica! -dije en voz alta, mientras miraba al mosquito inmóvil en el techo.

*Viven entre dos semanas y un mes, según la especie.

Me quedé pensativo... El ardor guerrero se fue diluyendo y ya casi no quedaba nada de él al anudarme la corbata. Mientras cerraba la puerta y bajaba las escaleras me decía que sí, efectivamente, había sido una sincronía...