Aquel domingo, cuando caminabas hacia
la universidad, ya no te creías impune...La tarde te acosaba
fielmente y decoraba tu escenario con un cielo gris, habitado por un
aire tenso, irrespirable, tan cargado de impurezas y fantasmas, que
casi sentías en tu cuello el avasallante poderío de las portentosas
manos del estrangulador de Boston.
Cómplices, la larga acera desolada,
dueña sólo de tus asfixiados pasos y tu agonizante presencia, y la
exigua vegetación, reverdecida por tempestuosos aguaceros a
destiempo y pisoteada mil veces por monstruosas maquinarias, se
fundían en espinosa yunta, uncida también a tu castigado cuello,
haciendo aún más pesado tu paso al conjugarse el alevoso
comportamiento del paisaje con la sempiterna duda que te arrastraba,
lánguido, a la dominical paz universitaria.
Caminabas, y tu memoria era un arcoiris
desbordado, nacido al trasluz de innumerables recuerdos, imbricados
inexorablemente con tu paso dubitativo y tu mirada profusa en
incertidumbres, confundida en la irresoluta delineación de fugitivas
formas en la antesala universitaria, a la que tu miopía hacía aún
más huidiza e inexacta y que, a cien metros de tus pasos, adquiría
neblinosos matices de compuerta dimensional hacia el vacío.
Esa tarde, treinta años después, el
paisaje no era aquel gracioso escenario que te conducía, con la
esperanza del apostador eterno y vital, hacia una opción de
libertad, prefigurada en sueños de adolescente y labrada en lo que
considerabas por aquél entonces titánicos enfrentamientos contra
instituciones vacuas, opresoras, castrantes. No era aquella tarde en
la cual una tímida sonrisa impulsaba tus ardientes pasos por aquella
acera polvorienta, donde, muchas decepciones después, te
arrastrarías trémulo y desencantado.
En esa universidad garibaldina y
mitológica, treinta años atrás, tus palabras detonaban realidades
insensatas y tus manos eran martillos de cantero que destrozaban
mitos fraguados en crisoles infames, personificados en falsos
oficiantes y taumaturgos de neblinosos dogmas.
Hacia la universidad caminabas ese
domingo agrio y tu paso len-tí-si-mo intentaba avanzar contra un
aire sólido, compactado en visiones de concreto, aplastantes...
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