Al mirarse en el espejo retrovisor del
coche no reconoció ese rostro. Aunque ese personaje que lo escrutaba
con aire compasivo le resultaba extrañamente familiar. Esa mirada
profunda y amorosa lo sacaba poco a poco del amodorramiento. Esa
sonrisa de Buda tenía un efecto tranquilizante. No terminaba aún de
darse cuenta de quién lo miraba desde el espejo cuando otro rostro
se fue dibujando en la superficie del cristal. Un anciano hermoso lo
observaba aún con más amor. A través de los ojos del anciano se
fue desplazando hacia un mundo bonito y acogedor. Percibió el aroma
untuoso de un potaje de verduras mientras escuchaba el crepitar de la
leña seca alimentando el fuego de una cocina antigua.
Al pie del artilugio, una anciana dulce
como una tarta de chocolate lo acariciaba también con sus ojos
luminosos y comprensivos, mientras revolvía el caldo con un
cucharón. Un niño rubio, con zuecos de madera y una sonrisa
esplendorosa irrumpió en el recinto, atraído por el intenso olor
del potaje, y una vaca mugía en la distancia y un perro lobo movía
su cola y jugueteaba con un puñado de moscas.
Conocía esa casa. Y a esa gente. Se
dejó arrullar. Se dejó hipnotizar por la escena y a través de la
ventana dimensional de la estancia fue ingresando poco a poco a una
sala de neonatos de una maternidad. Un bebé hermosote atraía su
atención moviendo sus piernitas y bracitos. Lo reconoció. Entonces
la ternura lo inundó y las lágrimas bajaron suavemente por sus
mejillas.
Sabedores de que el mensaje había
llegado a su destinatario, los rostros del espejo se esfumaron. Miró
con atención, por si volvían. Pero el espejo le devolvió la
faciana de los últimos tiempos. Barba de varios días, ojos apagados
e irritados, ojeras como zanjas, piel reseca, cabellos encanecidos
prematuramente y ropa arrugada y desastrada. Era el rostro del
sufrimiento, el rostro de un hombre atormentado.
Reconoció la cara con disgusto. En los
últimos tiempos se miraba en el espejo pero no se veía. Una onda
estremecedora le recorrió el cuerpo. Ese rostro delataba historias
tristes y dolorosas. No era Narciso adorando su imagen en el espejo
de agua. Era Dorian Gray, aterrado al contemplar su retrato.
Para huir de esa imagen fantasmagórica,
intentó levantarse del asiento. El cinturón de seguridad se lo
impedía. Soltó el broche y abrió la puerta del vehículo. El reloj
marcaba las tres y treinta de la madrugada, hacía frío, la
oscuridad era total. El silencio de la noche lo hizo sentirse
profundamente solo, perdido en una carretera de montaña.
Una andanada de aire gélido le
abofeteó el rostro dos veces. Un furioso viento del norte apartó de
un manotazo un negro nubarrón y el hombre contempló esperanzado
cómo la luna llena, redonda y clara, aparecía poderosa sobre las
copas de los árboles.
-¡Hermana luna! -dijo en voz alta.
Tuvo la certeza de que las fuerzas de la naturaleza lo ayudaban a
reaccionar. Percibió un estimulante olor a pino. Inspiró
profundamente y exhaló, dejando caer con fuerza los hombros y los
brazos. Empezaba a tomar conciencia de su cuerpo cuando vio su coche
empotrado contra la ladera de un monte de pinos.
Un balde de agua fría en forma de
lluvia intensa lo obligó a meterse de nuevo en el coche. Comprobó
que el vehículo arrancaba al tercer intento, puso la marcha atrás,
volvió a la carretera y siguió su camino iluminado por la luna. No
era bueno quedarse ahí, aconsejaba la lluvia.
Al llegar a su celda en el monasterio
se dejó caer en la cama. Se embozó con las mantas y suspiró,
exhausto. Estaba a salvo de los inquisidores y maledicentes y se
dejaba arrullar, de nuevo, por el recuerdo brumoso de los amorosos
rostros del espejo. Mientras los párpados bajaban como persianas, lo
volvía a inundar la ternura y la sonrisa de Buda empezaba a
dibujarse en sus labios...
(...Vuelve al camino ¿A quién le
importa la hora que marca el reloj de la catedral de Santiago, o el
de la Puerta del Sol, o el de la catedral de Caracas? Observa. Ingrid
Bergman está a punto de llegar. Bebe un sorbo de vodka mientras
escuchas los acordes de una canción antigua ¿Te das cuenta? Viene
de muy lejos, de tu juventud...¡Tócala de nuevo, Sam! Mira cómo
Kim Novak baila el twist ante un embobado Glen Ford y hechiza a James
Stewart con esos ojos felinos y embrujados o hace que Kirk Douglas se
muera por sus huesos...)
El anciano con la sonrisa de Buda, con
la mirada compasiva y amorosa, hablaba dulcemente, mientras el hombre
lo escrutaba y sentía que el aire extrañamente familiar se
intensificaba por momentos. No había cuándo, y el dónde se
acomodaba a los deseos del hombre. Ahora era en el Potala. Tyron
Power escuchaba las sabias enseñanzas de un venerable maestro.
Quería descubrirse a sí mismo viviendo en el filo de la navaja.
(...Actúa. Hablar del futuro sólo es
útil si conduce irremediablemente a la acción. No maldigas más la
oscuridad. Enciende una vela..)
Ahora en Los Alpes. Alida Valli
reclutaba hombres de acción para subir la montaña trágica y
descubrir la razón de ascender...ascendiendo. Ahora en Los Ángeles.
El hijo de Aaron Eckhart le recrimina a su padre en estado de
postración: “la cagaste, todos la cagamos alguna vez y seguimos
adelante. Te lamentas de ti mismo para no enfrentarte a los hechos”.
El anciano se transfiguraba en todos
los personajes y los lugares se sucedían uno tras otro. El hombre
percibía con asombro, mientras sus ojos recuperaban el brillo de
otros tiempos y la sonrisa de Buda se labraba más y más en sus
labios.
(...Tenía miedo, tengo miedo. Me
siento frágil y desamparado...)
Y en una noche sin luna, tiritando de
frío en el desierto de Sonora, Don Juan, el indio yaqui, le
explicaba al hombre que el miedo te impide avanzar si lo colocas
delante de ti y te hace huir alocadamente si lo tienes detrás.
Vencer el miedo y hacerlo tu aliado es el primer obstáculo a superar
para obtener claridad. El miedo, una vez vencido, se convierte en un
aliado, en un consejero fiel y confiable.
(Y cuál es tu mito, preguntaba ahora
el viejo profesor en su torre de Bolingen...No me cuentes historias.
Descubre los mitos que te han impulsado a lo largo de tu vida.
Navega, bucea en el fondo. Conéctate con el núcleo sustancial de tu
ser...Veas lo que veas, te guste o no, ese eres tú, con tus luces y
tus sombras. Las historias sobran. Recuerda aquél sueño recurrente
en el que caías al vacío lleno de angustia. Asócialo a tu
mito...¿Por qué tu empeño en escalar montañas cada vez más
altas?...¡Ah! Veo que asientes...Ya vas entendiendo).
Y la dulce voz de sor María se abría
paso delicadamente, la piedras de Bolingen se disipaban en la escena
y el viejo profesor se despedía amablemente. Era ahora la vigilia
del viernes santo y el hombre escuchaba, arrobado, la privilegiada
voz de la novicia mientras el dulzón olor del incienso se esparcía
por la capilla e impregnaba de santidad el ambiente. Cuando el cura
lo invitó a besar la cruz de Cristo, acudió presto...Había
entendido el misterio, el profundo y antropológico significado del rito cristiano de
abrazar la cruz... La sonrisa de Buda se labraba más y más en su
rostro.
-Toc, toc...¿Estás despierto? -
preguntaba la voz desde el otro lado de la puerta.
-Es hora de levantarse y volver al
camino, querido amigo...El café de la mañana y toda una vida nos
esperan.
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