¡Salud! Viajer@s
del tiempo y el espacio. Os habla el que ha creado al escritor de
estos relatos. Aunque en realidad no lo he creado exactamente. Más
bien lo rescaté del olvido y la extinción. Pude salvar la última
sílaba de su nombre antes de que desapareciera el sonido luego de
ser pronunciado por última vez. Logré rescatar el último quark que
se desintegraba en el vacío luego de ser pensado por última vez.
Tuve que reanimar su corazón exangüe cuando dejó de ser amado.
Su antigua creadora dejó de pensarlo,
dejó de escribirlo, pronunciarlo y amarlo y, por lo tanto, estaba
condenado a desaparecer. Era, con urgencia, un personaje en busca de
autor. Y es que sólo somos palabras. Ni siquiera somos sueños, como
sugerían Calderón y Shakespeare. Estamos hechos de palabras.
Vivimos cuando hablan de nosotros, nos piensan, nos escriben, nos
aman o nos odian. La indiferencia es la muerte. Es el vacío
absoluto. Sólo Facebook y nuestros avatares en la red nos salvan de
la extinción.
Sí ya sé que los homos digitales y
los cuánticos me dirán que sólo somos información y energía en
perpetuo intercambio con el entorno. Y los del zen me dirán que lo
que es sólo se percibe cuando se acalla la mente y se queman las
palabras en el caldero del dan tien. Pero es que Buda era un triste.
Lo conocí y no pude hacer nada por él. Estaba empeñado en creer
que para no sufrir tenía que hacer desaparecer el deseo, extinguir
la pasión, desechar las ilusiones, negar el mundo y la vida. El
parece que lo logró y desde entonces lo llaman “el iluminado”.
Pero eso es inhumano. Estamos hechos de deseos, pasión e ilusiones.
Y si nadie lo remedia, la vejez, la enfermedad y la muerte, tocarán
nuestra puerta algún día. Y sólo con palabras podemos darle forma
al deseo, comunicar nuestras ilusiones y desatar la pasión...Las
palabras de la afirmación del mundo y de la vida. Es un tópico muy
extendido y falso ese que reza que una imagen vale más que mil
palabras.
El caso es que tomé los restos del
autor de estos relatos y hube de actuar con rapidez. Lo reanimé con
palabras pronunciadas mientras las escribía, logrando así un doble
efecto revitalizador. Lo convertí en escritor para darle
posibilidades de inventarse a sí mismo a discreción, aunque tomando
en cuenta que también yo lo escribo. Y para darle consistencia, lo
llevé a vivir a una ciudad sólida, concreta y antigua ¿Y cuál
mejor que Santiago de Compostela? Compostela está hecha de piedra y
de campanadas, que vienen a ser las palabras con las que se expresan
la catedral y las iglesias de la ciudad. Lo otro que tiene Compostela
es que está muy escrita. Visiten la biblioteca pública y encontrará
miles de libros sobre Compostela, guías de viaje, reseñas
fotográficas, películas, vídeos profesionales y relatos de
peregrinos. Cientos de miles de peregrinos en el mundo entero y
quizás más allá, hablan de ella, piensan en ella, escriben sobre
ella. Hablan y escriben sobre ella en casi todos los idiomas ¿Qué
más garantía de perpetuidad si a ello sumamos la piedra? ¡Ah, la
piedra! El símbolo de lo eterno a lo largo de la historia de la
humanidad.
Estos relatos tienen algo de
terapéutico porque su autor -pensado y escrito por mi- los escribió
para reinventarse a sí mismo. Y yo lo dejo creer que él se va
moldeando a sí mismo cuando soy yo el que maneja el torno del
alfarero. Lo dejo soñar con la meta autoimpuesta de llegar a ser un
hombre completo, integrado con sus luces y sus sombras, conocedor de
sí mismo y de sus múltiples máscaras, autorrealizado y pleno de
vida simbólica.
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