A Serenella
...Y te vi, después de mucho tiempo,
en aquel café impregnado de recuerdos neblinosos, construído con
olas imprecisas, periódicas, retazos de gente y de tiempo.
Volviste...Tus ojos, poderosos, paralizaron el tiempo. Parecías una
catedral mirando a un impío. Tus manos eran campanas llamando a una
misa inmemorial, redentora. Tu pelo llamaba hermano al ángel
exterminador. Tu rostro era la furia. Y tus ojos...Escrutabas el
aire, furtiva, inquisidora, develadora de trastornos. Mirabas lo
imprevisto como se mira algo que no es cierto. Parecían llorar tus
manos, pero seguían tañendo. Te mostrabas cruel, pero sufrías. No
percibías tu cambio y le achacabas al café su inconsecuencia. Eras,
mujer, la luz que agoniza, el matiz que se corrompe y se hace blanco.
Ya no eras el color, eras la sombra. Sombra transparente, imposible.
Y sufría tu piel, manchada de recuerdos...
...Y se hizo presente entre la bruma el
verso claro. Despertó la verdad dormida. Y tu mirada de catedral era
ahora, nunca, siempre, de choza de palma y recinto fresco. Volvías a
ser. Ya no más los ojos vengadores. Ya no más el pelo encendido y
belicoso. Ya no más el cambio y siempre tú. Ahora sí, volviste. Te
atraparon las fragancias de entonces. Te atrapó lo que de mi quedó
en el café. Mi amor de escritorio y hojas blancas. Mi sensibilidad
cristalizada en versos. Eres. Fuiste. Serás...Un fresco de Miguel
Ángel, un bajorrelieve asirio, una madonna de Rafael, el color que
amo y la armónica sonoridad que busco. El amarillo de Van Gogh, el
azul de Rubén, el tímido rojo de tus labios...
...Y te vi, después de mucho tiempo.
Volvías a ser la impresión...El color...
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